Rolando Peña en Acción!Mad

 presenta
Performance Sonoro

“Tocata y Fuga en Barril Mayor,
Homenaje a Johann Sebastian Bach”

Participación especial
Carlos Eljuri (Guitarra)
Rolando Peña (Barril de petróleo) Colaboración: 
Manuel Herreros de Lemos
Managers: 
Linda D’Ambrosio Morales, David Malaver
Video:  Fuego Sagrado

Martes 13 de noviembre, 20 hs
Entrada libre y gratuita hasta completar aforo



Esta performance es un encuentro con la música clásica y un barril de petróleo utilizado como instrumento sonoro, junto con el excelente guitarrista Carlos Eljuri. El encuentro de los dos instrumentos crea una situación muy particular e inesperada. Es un homenaje a Johann Sebastian Bach el cual estoy seguro lo va a disfrutar enormemente. El video Fuego Sagrado, es la continuación de mi trabajo de más de cinco décadas trabajando el tema del Petróleo en todas sus connotaciones, malas y buenas.

Al finalizar la performance
Rolando Peña
mantendrá un diálogo con
Nieves Correas, Directora Técnica y Artística de Acción!MAD
Encuentros Internacionales de Arte de Acción
Yolanda Pérez Herreras,  Coordinadora de Acción!Mad



EL PRÍNCIPE NEGRO Y SU DEMONIO

Lo llamamos El Príncipe Negro a causa del color de su vestimenta. Una preferencia exclusiva que comparte, entre otros, con su amigo Andy Warhol y que nos permite, en nuestra remota memoria, asociarlo a un personaje de otra leyenda: el hijo de Eduardo III, noble entre los nobles, valiente entre los más valientes de Inglaterra y vencedor de Juan el Bueno en Maupertuis cerca de Poitiers.

Ello ocurrió en 1356 y nosotros estamos en 1986. Las proezas de la caballería han evolucionado en cuanto a la forma, pero no en cuanto a su esencia. Rolando Peña, el Príncipe Negro, obedece a su propio código de honor, forjado por él mismo a manera de una armadura existencial que le permite atravesar los azaros de una vida intensa compartida entre Caracas, su ciudad natal y Nueva York, palestra de sus numerosos torneos. A los 44 años es un hombre pleno, que ha estado en contacto con todo. Se inició en las artes plásticas, luego el teatro, la televisión, el cine y especialmente la danza que practicó en el Ballet Nacional de Venezuela, así como también con las prestigiosas compañías de Martha Graham, Alwin Nikolai y Merce Cunnigham. Ha experimentado todas las formas de expresión corporal, desde el “show sicodélico”, el street happening hasta innumerables performances multimedia. Llevó al teatro el espectáculo La iluminación de Buda con Allen Ginsberg y Timothy Leary, actuó en los films de Andy Warhol en 1967 y más recientemente se introdujo en el fetichismo de La Santería buscando, inútilmente, distanciarse formalmente de su propio personaje. ¿Dónde está el código de esta existencia turbulenta? En un hombre que no admite ninguna distancia convencional entre el arte y la vida lo que cuenta son las fijaciones profundas, las columnas estructurales de la personalidad, los aceleradores de la catálisis de lo imaginario, la cresta, el gorjal, la pechera, el quijote y la greba, las articulaciones operacionales de la armadura.

La fijación principal es el país a través de su mitología cotidiana que encuentra su plenitud en el petróleo: el súper símbolo, suprema encarnación de la relación amor-odio; los indios en Venezuela llaman al aceite bruto Mene. Peña lo transforma en objeto de devoción, objeto de múltiples instalaciones-performances en Nueva York. En un hermoso texto el artista definió su primera visión del Lago de Maracaibo; el paisaje de las torres de perforación y los aparejos evocando un gigantesco cementerio.

Esta imagen de Mene la ha llevado consigo Rolando Peña a lo largo de todas sus experiencias, aventuras, apuestas y riesgos. Esta imagen nunca lo abandonó ni siquiera en el corazón mismo de las más obscuras tinieblas del personaje. El Príncipe Negro es el valiente caballero del oro negro y como tal se niega a ser un Don Quijote que desafía a los molinos de viento de las multinacionales. Él prefiere ser un hombre del renacimiento. Le rinde culto fanático a Leonardo. En 1979 realizó una instalación performance basada en el tema de los siete puntos de fuga: las definiciones de los horizontes vistos a la vez en perspectiva lineal y en función del punto de distancia. Gregory Battcock, en su momento, destacó esta exaltación del humanismo. El humanismo de Peña encontró el elemento modular de su lenguaje ontológico: el barril de petróleo que pinta de dorado y acumula en columnas alineándolas en el espacio. Hay algo en este tipo de instalación cercano al monumento temporal de Christo, al Monogold de Ivés Klein y también al lenguaje cuantitativo de Arman. Veo en ella la referencia al “nuevo realismo”, a la naturaleza moderna industrial, al humanismo tecnológico en su apropiación de lo real. Más allá de esta visión global que es la huella de una sensibilidad centrada en las estructuras expresivas profundas de la sociedad de consumo, está el elemento único de la catálisis del lenguaje, la presencia del Príncipe Negro.

En 1983 mientras estuve en Caracas para asistir a un Congreso de AICA pude acercarme al sistema poético de Peña. Me colocó frente a una acumulación de sus barriles dorados que llamaba El excremento del Diablo. Entonces comprendí la utilización del barril como elemento modular de su vocabulario. El barril de petróleo es el elemento más capilar del sistema de distribución de los aceites pesados y por ello es el más tangible, el más cercano a nosotros, el que más nos dice. Un depósito, una cisterna, un oleoducto, son entidades abstractas. Uno apila los barriles como se apilan las piezas de oro. Es a la vez la substancia de la riqueza y su metáfora. Podemos acusar a Mene de todos los males pero la realidad es que siempre está ahí, siempre.

Para Peña y para el indio de Maracaibo el petróleo es en sí y para sí. Se ha convertido en parte integrante del ser venezolano para lo mejor y para lo peor. Conocemos el papel hipertrófico que tuvo el petróleo en la vida venezolana cuando subieron los precios del barril, y el papel que tiene hoy día que los precios han bajado. Papel abusivo, papel excesivo. El oro negro no tiene fragancia al igual que el oro. Hay que aceptar la monstruosidad gigante de su omnipresencia en Venezuela, como aceptar el hielo en el polo y la arena en el desierto.

A nosotros los europeos que sólo vemos en el petróleo una fuente de energía accesible debido a nuestra riqueza financiera, nos es posible constatar su inmanencia. Pero para quienes el petróleo es la sangre encendida de la propia tierra es imposible considerarlo de esta manera. Este es el mensaje de Rolando Peña: mantener hasta el paroxismo la conciencia aguda de esta presencia como condición sine qua non del ser venezolano. Odio y amor con Mene, odio y amor sin Mene. Siempre recordaré la imagen de Caracas, el Príncipe Negro sobre el fondo de sus barriles dorados. Nos hace un llamado al orden inexorable del oro negro como si estuviese jugándose a sí mismo. Los artistas del renacimiento hacían lo mismo frente al poder temporal y espiritual del cinquecento.

Este humanismo tecnológico está tan próximo al hecho moral como a la magia exorcista. Sin duda alguna hay algo de todo esto en el código ideal de Rolando Peña, en la clave oculta de su compromiso existencial. El artista italiano Manzoni metió su mierda en latas; tanto esa mierda del artista como su gesto hoy nos parecen más bien inofensivos. El contenido post-dadaísta de estos pequeños enlatados nunca tendrá el poder temible, misterioso y nocivo de Mene que llena los barriles dorados; porque se trata de otra cosa, se trata del “excremento del diablo”. Y el Príncipe Negro se ha propuesto no pactar con el demonio, con su propio demonio.

Pierre Restany


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