MY LITTE HEART OF
DARKNESS
(2017-18)
  
obras de
Francisco Torrego
  


Inauguración: Jueves 15 de noviembre, 20 h
Clausura Sábado 15 de diciembre

Visitas de Martes a Viernes de 10 a 14 y de 17 a 21 h
Sábados, alternos, de 10 a 14.
Entrada libre y gratuita




De Rousseau a Rousseau

En el verano de 2017, de la mano de Manuel y Esther López Calvo tuve el privilegio de convivir durante unos días con una tribu bayaka en el mismo corazón de la selva de República Centro Africana. No solo pude asistir a su forma de vida nómada y primitiva (mejor dicho, “original”) sino también a sus increíbles ritos nocturnos cuyos significados se nos escapan y superan.

Las imágenes que comprenden este proyecto pertenecen a dicha estancia. En ningún caso llegan a hacer justicia a lo vivido durante mi visita. Son un testimonio personal de algo que a fecha de hoy lucha por sobrevivir a la presión gubernamental y al acoso del mundo moderno en su implacable avance por los remotos enclaves forestales que durante milenios han acogido y protegido a los bayaka: la selva es buena, cantan ellos.

El mal les llega de fuera ¿Cuánto tiempo les resta hasta quedar despojados de su cultura y hábitat ancestrales? Muy poco. Sin duda Los bayaka forman parte del exiguo grupo de “buenos salvajes” que quedan en el planeta.

Los “buenos salvajes”: la controvertida teoría rousseauniana que hace al hombre nacer con una predisposición natural hacia la bondad, a ser moralmente bueno. Es la sociedad civilizada la que, al apresarlo en sus estructuras, lo corrompe y somete a un sistema perverso donde la justicia se acomoda al beneficio de los poderosos (los que ostentan la mayor propiedad) y, en consecuencia, la corrupción y la injusticia se convierten en instrumentos habituales del dominio de unos hombres sobre otros.

El “buen salvaje” de Rousseau es un ser incorrupto, justo y pacífico. En él se concentran todas las virtudes sociales que son opuestas a la civilización. Es la aparición del pensamiento, y en concreto del pensamiento moral, lo que le malogra. Inicialmente, el “buen salvaje” no tiene noción ni necesidad de tal pensamiento:

Si se nos ha destinado a ser sanos, casi me atrevo a asegurar que el estado de reflexión es un estado contra la naturaleza, puesto que el hombre que medita es un animal depravado. (J. J. Rousseau, Discursos a la academia...: 159-160)

A estas alturas la idea del Paraíso Perdido, de la Buena Arcadia donde nuestro ser primigenio habita inmaculado, resulta demasiado romántica y naíf. Ni siquiera el “buen salvaje” de Rousseau ha de ser necesariamente primitivo ni corresponder a épocas remotas del desarrollo humano; ni siquiera tiene por qué ver con el ideal de comunidades tribales sin jerarquías (curiosamente en la estructura social bayaka no parecen existir jerarquías sino una concepción igualitaria del grupo).

¿Son los bayaka, pues, ejemplos vivos del “buen salvaje” rousseauniano? ¿O es nuestra percepción de turistas accidentales la que así los dibuja siempre en un primer acercamiento superficial imbuido de anhelo romántico?

No tengo datos para hacer una lectura adecuada. Sin emargo, en mi aproximación a los bayaka, estos sí parecerían responder a cierta imagen del “buen salvaje” lo que sin remedio nos lleva a considerar la gran tragedia, el triste drama al que están avocados –su extinción.

Aquí el monstruo civilizador tiene una doble faz que se reconoce de inmediato: por un lado está la brutal xenofobia que sobre ellos ejerce la etnia dominante en las cuencas del Congo (los bantúes); por otro, la voraz presión de las industrias madereras en su explotación legal e ilegal de la selva.

Los bayaka no son nada naíf; los turistas concienciados y solidarios, sí. Somos los que aportan una visión romántica y paternalista del asunto, desde nuestra posición confortable (ellos nos llaman los que están por encima de los que están por encima -los bantúes).

Y dándole vueltas al tema de la visión y del estado naíf, me vienen a la mente la persona y obra de Henri Julien Rousseau: de un Rousseau al otro Rousseau.

El autodidacta pintor nunca salió de Francia. Para la ejecución de sus cuadros selváticos de tono poético y exótico donde no faltan la ocasional figura del “buen salvaje” y la natural acción depredadora del animal sobre el animal, se inspiró en relatos que a sus oídos le llegaban de viajeros procedentes del África negra; en estampas de libros ilustrados, en apuntes del natural trazados en jardines botánicos y casas de fieras, en las figuras hieráticas de animales salvajes disecados.

Este Rousseau si que resulta adorablemente naíf.

Muy diferente es el viaje Congo arriba que Marlow hace en busca del inquietante y mítico capitán Kurtz (El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad). Su trayecto no es solo al interior del África negra sino a lo más profundo del ser humano donde las regiones oscuras de la mente y el alma habitan. La oscuridad aquí es sinónimo de lo desconocido, de lo irracional, lo que está escondido en la jungla espesa, en el subconsciente.

En la profunda crítica de Conrad al colonialismo y a la depravación que anida en el ser humano civilizador, no parece haber lugar para “el buen salvaje”. Su Paraíso Perdido no es una Buena Arcadia sino un lugar aterrador, cruel, opaco; territorio de salvajismo primitivo y atroz,  inmisericorde, que libera al individuo de cualquier código o norma para entregarlo a su yo más profundo: el que devora, sí, pero dentro de un orden natural pre-pensamiento que, por tanto,  es primario: el mismo que empuja al león hambriento a devorar al antílope con sus colmillos y garras.

Tampoco es esta la cruel voracidad del hombre blanco explotando al hombre negro y sus recursos. Se trata de una voracidad muchísimo más antigua que surge en las entrañas de lo salvaje. Según Rousseau, es precisamente el pensamiento racional el que trae la moral al “buen salvaje” y su consiguiente corrupción. Que antes de la razón habitó la irracionalidad en su universo perfectamente armónico aunque cruento sin medida para nuestro ojos.

En su persecución del marfil, Kurtz ha creado un régimen autocrático sobre los nativos en el que él gobierna como un dios inspirado por inimaginables ritos y por la más horrible degradación de cuerpo y alma. Kurtz ha visto tal universo primario y se ha entregado a su plena oscuridad. Por eso en su lecho de muerte grita: ¡el horror, el horror…!

Pero Marlow, aunque atraído e impresionado por el embrujo de Kurtz, no da el paso final hacia las tinieblas. Y gracias a ello en cierto modo se “salva”.

En realidad, su viaje río arriba, hasta el campamento de Kurtz, transcurre por las orillas del Congo sin penetrar verdaderamente en la jungla. No es el caso de Kurtz: su mission inicial había sido llevar la civilización al corazón del África negra, donde habita el “buen salvaje”, pero su inclinación natural a la depravación lo lleva a ser devorado por la misma oscuridad.



Francisco Torrego:  Licenciado en Bellas Artes y Doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Premio Extraordinario de Doctorado.
Profesor Titular del Depto. Lenguajes Artísticos y del Diseño en la Escuela Superior de Diseño de Madrid (Dirección General de Universidades, Subdirección General de Enseñanzas Artísticas Superiores).
Profesor Asociado del Depto. Dibujo  y Grabado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid.

Desde hace más de 20 años realiza múltiples exposiciones artísticas individuales y colectivas con dibujos, instalaciones e intervenciones en el espacio, obra gráfica y post-fotografía digital impresa.
Líneas de investigación
Didáctica y conocimiento del dibujo autorreferencial y proyectual: Razón, procesos y estrategias de construcción y representación
Rito y ancestralidad: Visión y experiencia de entornos atávicos
Construcción de narraciones gráficas mediante post-fotografía. Su producción e impresión digital


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